miércoles, octubre 13, 2010

De maestros y discípulos

De maestros y discípulos

No existe el título de “instructor de Aikido”; simplemente asumimos que por haber alcanzado algún grado de Dan, automáticamente estamos capacitados para transmitir de forma impecable las técnicas que hemos estado intentando aprender. Nos apresuramos a terminar de atar nuestro “hakama” para pedir la autorización correspondiente para dar clase en el lugar que ya hemos estado preparando desde hace tiempo.
De alguna manera, el color negro del cinturón y la diferencia en la vestimenta, oscurece nuestra visión. Es como si mágicamente, de un día para otro un rayo de claridad nos iluminara al punto de obtener la didáctica necesaria como para explicar los secretos que cada técnica encierra. Creo que hubiera sido constructivo para las artes marciales en general, hacernos pasar por filtros antes de autorizarnos a instruir a otros en el arte.

Las artes marciales que hoy practicamos fueron creadas mucho tiempo atrás. Aikido, si bien es la más moderna, mantuvo desde sus orígenes las formas tradicionales de transmisión: mirar y copiar; este es el principio básico de la instrucción. Esto ha ido adaptándose a cada región, a cada necesidad.
Por costumbre, etiqueta, traducción de idioma o cualquiera sea el motivo, acostumbramos a llamar con el término “Sensei, Sabom,  Sifu” (dependiendo del origen) al instructor a cargo. Personalmente no me parece mal, forma parte de lo aceptado cuando nos inscribimos para seguir un camino. En mi caso particular, después de mucho investigar y conversar con los que saben, utilizo el término Sensei en su verdadero sentido.
Los sabios Maestros orientales estudiaban a cada individuo en particular; conocían el pensamiento y el corazón de cada uno de sus discípulos (eso eran). Hoy no se habla de “discípulos” en las artes marciales, aunque se mantiene el término en otras artes (pintura por ejemplo).

En muchos casos se asume la práctica de arte marcial como cualquier clase en un gym o rutina de ejercicios para fortalecer los músculos o adelgazar. Se va perdiendo el sentido profundo de la transmisión.
No se elige un “Maestro” para que nos guíe en el camino que decidimos seguir, se elige un lugar de práctica que nos quede cómodo, y en el mejor de los casos, si se eligió a determinado instructor, es por sus habilidades en el momento de demostrarlas (como si pudiera contagiarnos sus virtudes…)
La relación que hoy se aplica es: “muestra técnica excelente, es fuerte y nadie lo vence = quiero tomar clases con él.”
Así, encontramos en el mundo exponentes de cada arte marcial que son artistas de cine… no tiene mucho que ver con el espíritu ¿verdad?.
Seamos honestos: se trata de saborear la gloria que encierra la victoria. Buscamos vencer y no ser vencidos, buscamos ser poderosos, guerreros, Samurais del siglo XXI, infundir miedo para ser respetados… tal vez de esa forma se aplaquen un poco los demonios internos que nos atormentan.

Todo esto está bien lejos de los objetivos que los Fundadores de cada arte marcial buscaban dejar como legado. Tal vez nuestro caso, Aikido, sea uno de los más claros y representativos. Nadie puede objetar que O´Sensei nos dejó un legado de Paz; no se puede interpretar de otra forma, quien lo hace comete un grave error. Sin embargo gran número de personas se empeña en mirar para otro lado y hacer creer que O´Sensei nos dejó palancas para destruir adversarios…

Deberíamos buscar un Maestro que nos guíe, ya que el arte elegido no se termina en la excelencia de una técnica perfecta. Cualquier arte marcial requiere entrenar cuerpo, espíritu y mente, y difícilmente en estas épocas seamos capaces de “autoeducarnos” en determinado camino, mental y espiritualmente hablando, aunque estudiemos cientos de videos, fotos y lecturas sobre técnicas de lucha.

Observar la etapa en la que se encuentra el practicante, tomar en cuenta su estado de ánimo, su respiración, su conexión con el entorno, la atención que presta cuando se le habla, la intención que transmite cuando está en acción, conocer puntos claves de su historia, de su vida, saber en qué momento hacer cada corrección y entender cuál debe esperar… tantas cosas necesitamos para ser buenos guías en el Arte de la Paz… y sin embargo creemos que por conocer el mecanismo de unas pocas técnicas básicas nos hacen merecedores del derecho de corregir a otros…
“masakatsu agatsu” decía O´Sensei  “…vencer sobre uno mismo…”
Si dedicáramos nuestro tiempo a entrenar los aspectos no físicos de nuestro ser, notaríamos cómo nuestra técnica mejoraría.
Somos demasiado orgullosos y pretenciosos como para “adoptar un Maestro”… pero no hay nada más solitario que uno mismo sea “su propio Maestro”…
Se requiere de un pequeño toque de humildad para aceptar a alguien más como guía. Paradójicamente nos encantan los cuentos en los que el Maestro acepta a un discípulo,  quisiéramos estar allí para ser merecedores de semejante atención.

Tal vez en esta parte del planeta, en esta época, en esta vida que elegimos (o no) vivir, no haya más lugar para Maestros y discípulos.
De todas formas, creo que es obligación de cada uno, sacrificar lo que sea necesario y buscar un “Sensei” al que seguir como discípulo. No es necesario que sea un ser superior ni un ejemplo de vida… pero sí es imprescindible que podamos sentir una conexión que vaya más allá de lo que vemos. Esto nos asegurará las ganas y la real necesidad de mantenernos en el Camino.
Si perdemos la mística que encierra nuestro Arte, perderemos la esencia.
Las artes marciales están fuera del tiempo y ya pertenecen al mundo, no sólo a oriente.
Si queremos que actúen en nuestro interior, debemos dejar que nos transformen. Si no estamos abiertos, si no mantenemos nuestra taza vacía, estamos perdiendo el tiempo.

Robar unas pocas técnicas no es honorable, nos oscurece el alma.

Por eso debemos tener honor, si es necesario hablar de frente con quien corresponda y comunicar nuestras verdaderas intenciones… después de todo es seguro que aunque intentemos esconderlas serán descubiertas.

De ser necesario, debemos abandonar  el Dojo aunque quede a la vuelta de casa y buscar lo realmente importante: un verdadero Maestro.

Gustavo