Existe un punto, un lugar / momento en el que algunas cosas que parecen contrarias se encuentran en armonía.
Sea tal vez este el principio del los opuestos complementarios, oscuridad y luz, frío y calidez, rigidez y flexibilidad, todos ellos compartiendo una danza seguramente incomprensible para nuestros sentidos desarrollados para lo material.Reconozco que siempre he sentido particular atracción por las artes guerreras y las artes curativas. Sólo pasados los años, fue aclarándose en mí y tomando forma el camino que indefectiblemente me guiaría en adelante.
En tiempos de energía y verdadera plenitud (es decir: juventud) investigué las artes guerreras como compensación a mis temores e inquietudes reprimidas; así como a los peligros concretos de la vida cotidiana, seguramente como mucha gente. Fui ganando en técnicas de ataque y defensa, en formas creadas para enfrentar a varios oponentes en diversas situaciones. Fueron suficientes unos pocos años de práctica para comenzar a sentir que algo en mi no estaba completo, que a pesar de haber ganado serenidad interior gracias a la seguridad que brinda el dominio de técnicas de combate, existían vacíos por completar, preguntas por responder. Quizás por propia búsqueda no tan impensada, descubrí un arte extraño, difícil, extravagante, delirante en sus formas, incomprensible en sus movimientos complejos, lejano por el tiempo que llevaría ascender en graduación, algo tan importante en esa época (parece que en esta también). La experiencia que cargaba era exactamente lo opuesto.
A pesar de todo, decidí dar el salto hacia esas técnicas poco prácticas para su aplicación mundana: Aikido.
Confieso que mis primeros años fueron de gran esfuerzo no sólo paradójicamente físico, sino también mental ya que el Tae Kwon Do es bien claro y directo; además era poseedor de una particular facilidad en técnicas y destreza, tal vez por mi contextura física por lo cuál todavía conservo algo de aquello.
Fue extraño por algún tiempo, sentir cansancio durante la nueva práctica teniendo en cuenta que venía de años de entrenamiento intenso, fuerte y continuado. Sin embargo cada clase de Aikido requería más y más aire que parecía alejarse de mi. Aprender a respirar debidamente, esa sorpresa inesperada que nunca debo olvidar.
A poco de comenzar conocí a nuestro conductor, Kurata Sensei. Desde el primer momento en que lo vi, supe que se trataba de un ser absolutamente diferente, totalmente distinto a lo que su figura refleja. Quedé impactado por su humildad. Todavía tengo grabado en mis retinas el momento en que recibía una placa conmemorativa durante el segundo Encuentro Nacional de Aikido.
Mientras mi cuerpo cambiaba de rígido a flexible, de bloquear a dejar pasar, sufrí algunas molestias que llamábamos “lesiones”; no eran más que antiguas formas que se negaban a abandonar mi espíritu haciéndose notar.
En una oportunidad, mi brazo izquierdo estaba paralizado desde el codo por un dolor punzante, agudo y persistente, que iba en aumento y subía hacia mi hombro con el correr de las horas. Mi querido Sensei Daniel Morales, ofreció aplicarme Shiatsu, lo había adquirido de su maestro Kurata Sensei años atrás. Para entonces, era algo totalmente desconocido para mi. Con total descreimiento acepté con tal de hacer algo para que esa terrible molestia desapareciera. Nunca me gustaron los calmantes o medicamentos para mitigar el dolor de las lesiones, era mi forma de acostumbrar el cuerpo para la batalla; pero esta vez la molestia no daba tregua. Como pude llegué una noche hasta la casa de Sensei Daniel quién con su eterna sonrisa me pidió que me recostara en un tatami improvisado. Mi dolor era mayor que cualquier falta de Fe, así que traté de relajarme y permitir que sus dedos presionaran cerca de la zona en conflicto. Después de un rato de esas extrañas presiones que se sentían como agujas, me dijo que el dolor se iría corriendo hacia mi mano, después hacia mis dedos hasta desaparecer; sólo haría falta que cumpliera con un par de visitas más. Obviamente salí algo desilusionado ya que me pareció una solución muy sutil en comparación a mi dolor. La gran sorpresa apareció antes de transcurrida una hora cuando comencé a sentir en forma de cosquilleo, un suave alivio lento y cálido, realmente no podía creerlo. Las molestias desaparecieron por completo terminadas las tres sesiones tal cual él había predicho. Así conocí el Shiatsu y así me impactó.
Pocos años después de comenzada mi práctica de Aikido, habiendo conocido a Kurata Sensei, y gracias a la relación que naturalmente se fue estableciendo por mi colaboración con el sonido y filmaciones en los Encuentros Nacionales y algunos Seminarios (además por supuesto de mi práctica mantenida de Aikido y los exámenes que él personalmente tomaba), supe que estaba preparando uno de sus últimos cursos anuales de Shiatsu. Siguiendo fielmente las costumbres traídas de su Japón natal, ofrecía un curso por año a doce personas; tuve así el honor y la suerte de ser aceptado y formar parte de uno de sus grupos. Un nuevo camino se iluminó frente a mi. No solamente por las nuevas experiencias que vivía, sino porque fui descubriendo dentro mío una energía que estaba latente y buscaba su canal para fluir. Una muestra más de la sabiduría de Sensei Kurata, quién tuvo una particular charla conmigo que me llevó a seguir su curso sin vacilar. Poco a poco fui descubriendo lo que el Maestro tal vez quiso decirme a su forma: el Shiatsu ya descansaba en mi interior, era cuestión de aprender sus mecanismos y dejarme llevar.
Los años que siguieron tuve oportunidad de aplicarlo en forma continua e intensiva; mucha gente acudía a mi para sacarme algún toque mágico para aliviar su contractura o falta de energía.
El intercambio fue siempre – y sigue siendo – el denominador común, y debe ser por ese motivo que hoy, quince años después de terminar mis estudios de Shiatsu y algunos más de Aikido, que creo haber llegado a vislumbrar un pequeño destello de lo que realmente significan estas disciplinas.
Comprendí que cualquiera puede lastimar, pero no cualquiera puede brindar alivio. Sentí que el Aikido y el Shiatsu de Sensei Kurata son una misma cosa, son un mismo camino hacia la Armonía del cuerpo, la mente y el espíritu. Hoy puedo decir que sigo sorprendiéndome frente a esas energías que fluyen en cada clase de Aikido, en cada sesión de Shiatsu. Es notable como cada punto, cada meridiano, cada contacto con un compañero de práctica, un Maestro o un alumno, producen un movimiento interior único.
Debo decir aún con la misma admiración de los primeros días, que parece increíble que cada vez que aplico una sesión de Shiatsu, no sólo no siento cansancio, sino que mi espíritu se carga de energía y Paz; igual que durante la práctica de Aikido.
Es allí donde encuentro los opuestos complementarios, un arte marcial, aquello que quien no conoce a su fundador, O´Sensei, pensaría que fue creado para lastimar o destruir, y un arte curativo que utiliza las manos en forma exacta y precisa para brindar alivio, ambos sintetizados en el contacto con otro ser humano que necesita reorientar sus energías.
El camino sigue, las experiencias se acumulan y con ellas, pongo todo mi empeño en mantenerme coherente, firme en mis convicciones, atento a las necesidades de los demás y sobre todo, bridar lo que me es dado.
No niego que muchas veces es difícil mantener el ánimo alto ya que los altibajos de las épocas no siempre ayudan. No obstante, sigo apostando mi vida a lo que me realiza como ser, con la certeza de que nada nos llevaremos salvo el haber recorrido el camino que nuestro corazón indicó.
25 Feb 2010
Gustavo san
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