El combate interior
“Cuando el Cielo quiere confiar una misión importante a un hombre, comienza por llenar su corazón de amargura, confundiendo su comprensión y trastornando sus proyectos. Después lo fuerza a ejercitar sus huesos y músculos. Le hace experimentar el hambre y todo tipo de sufrimientos. Cuando el hombre emerge, triunfante sobre todas las pruebas, es capaz de realizar lo que antes no habría podido hacer”.
¿Cuál es la apuesta de este combate interior?
Para los Maestros, los verdaderos obstáculos que impiden al discípulo avanzar son los creados por su personalidad artificial. El hombre ordinario, asfixiado por un collar de hábitos físicos y mentales, su visión del mundo deformada por una pantalla de ilusiones, es un enfermo cortado de su ser profundo cuyas posibilidades están sin explotar. El trabajo que hay que realizar consiste pues en hacer saltar los bloqueos físicos y mentales, para que las fuerzas latentes en el hombre puedan florecer libremente. El Budô, la Vía del combate, como cualquier otra Vía auténtica, tiene como meta la regeneración del individuo. Pero esta realización de sí sólo puede ser alcanzada por una lucha sin piedad contra los propios defectos, contra las propias debilidades, contra las propias ilusiones. Para vencer los obstáculos interiores hay que tener además la paciencia de acosarlos sin tregua y el coraje de enfrentarse a ellos. Orgullo, cobardía, impaciencia, dudas, todos ellos alimentados por la ilusión, son trampas temibles en las que muchos han caído. El sendero es largo, difícil y penoso. Una de las claves de la Vía es no desalentarse y preservar, a pesar de todo, a pesar de uno mismo.
No hay que olvidar: “en tanto que no se haya comido del pan de la tristeza, no se podrá conocer el sabor de la vida real”.
(del libro "El blanco invisible")
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