Cuando no permitimos que salga nuestra pena, nuestra cólera creará lágrimas en algún otro.
Cuando no aceptamos nuestros miedos, entonces nuestra cólera causará que algún otro esté asustado.
Mientras más nos oponemos a una sensación, más persiste.
Todas las sensaciones son aceptables: todos los comportamientos no lo son.
El tatami interior
(honrar lo sagrado)
Tenemos un acuerdo de cuidarnos y respetarnos cuando practicamos.
¿Expresamos nuestra gratitud sinceramente hacia nuestros compañeros y hacia las enseñanzas de instructores y maestros?
Ellos nos transmiten encendidamente una tradición rica y expansiva que nutre nuestros aspectos mentales, físicos, emocionales y espirituales de nuestro ser. Sin ello nuestra práctica sería vacía y egocéntrica.
¿Tomamos las enseñanzas, las críticas y las dificultades puestas en nuestro camino como regalos para crecer?
Este sentido de lo sagrado, se evidencia no sólo en la forma de inclinarse y agradecer mutuamente, sino además en la manera en la que manejamos las armas, barremos el tatami o mantenemos limpio y en condiciones nuestro aikidogi.
Aikido nos recuerda lo sagrado en lo mundano. Nos conecta con el mayor misterio: la energía de toda la existencia que compartimos el uno con el otro.
Día a día luchamos para sobrevivir en esta sociedad competitiva y materialista, por eso es de vital importancia contar con un lugar sagrado dentro de nuestros corazones y para ejercicio de nuestro cuerpo.
El tatami debe ser un espacio que existe para algo más que nuestro sentido práctico.
Las lecciones de cada práctica toman valor en las relaciones en las que olvidamos a menudo lo sagrado y la belleza increíble de aquellos con quienes interactuamos. No notamos la riqueza de quiénes son y del espacio sagrado que habita en ellos, con sus dones y talentos únicos.
El tiempo y la energía que damos el uno al otro para crear un mundo más pacífico y hermoso existe no sólo en el Dojo, sino en todas nuestras relaciones.
Apreciando lo sagrado del Aikido, estoy aprendiendo lentamente a ver cada interacción como expresión de descubrimiento interno.
De esta forma, paso a paso, técnica tras técnica, voy comprendiendo que el tatami no tiene límites.
Una buena forma de evaluar mi desarrollo y crecimiento en Aikido es preguntarme dónde comienza y dónde termina mi tatami: si éste se expande o me limito a respetar normas y etiquetas dentro de una lona fría, y al salir de ella y ponerme nuevamente mis sandalias, y calzarme con ellas nuevamente los demonios que dejé allí tan sólo por un rato.
No es este el sentido de la práctica sino por el contrario, hacer que el tatami se haga infinito, llevando con su extensión, todos los aspectos de mi ser que en él desarrollo.
El respeto y cuidado al compañero son "el tatami".
Enfrentar y presentar batalla a los propios demonios y no verlos reflejados en el rostro del compañero: él está de mi lado.
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